jueves, 8 de enero de 2015

Como ya sabes, la mayoría de los cuentos populares que los hermanos Grimm nos trajeron en su momento, disponen de múltiples y antiguos orígenes. Y no, no todos disponen de un final feliz, ni sus protagonistas acaban en un altar comiendo perdices; aunque ésa es una imagen que a la factoría Disney siempre le ha encantado mostrarnos para tranquilidad de grandes y pequeños.

La Cenicienta
La historia de la Cenicienta es sin duda uno de los relatos más clásicos de la Antigüedad. Dispone de una larga tradición oral y escrita que lo entrelazan desde la cultura Egipcia hasta la cultura Griega. Los elementos que casi siempre parecen repetirse son precisamente esos acompañantes sobrenaturales que ayudan a la protagonista, como las palomas, animales que en Grecia siempre se asociaban con la diosa Afrodita.


Curiosos orígenes greco-egipcios

Es precisamente en la tradición Greco-Egipcia donde encontramos a la primera “Cenicienta”, pero ésta vez de nombre Ródope, una muchacha griega de cabellos claros y piel muy blanca que es raptada por unos piratas para ser vendida en Egipto como esclava. Como no puede ser de otro modo, Rórope entra a trabajar en una casa donde es despreciada por siervas libres, chicas que la humillan por ser diferente, de otra raza.

Un día, mientras Rórope trabajaba en sus arduas tareas como esclava, entra un Halcón y le roba una de sus sandalias. Era el dios Horus Egipcio, quien huye audaz para ir hasta el faraón de Egipto y dejarle caer esa intrigante sandalia. ¿Por qué lo había hecho? El Faraón Amosis I, supo interpretarlo de inmediato: era una señal de los dioses. Debía buscar a la dueña de esa sandalia para hacerla su esposa.
 
La versión china de la Cenicienta

Existe pues un interesante relato que tiene su origen a lo largo de los siglos VIII y X de la dinastía china Táng, que nos presenta a una joven, a una muchacha de nombre Yeh Shen. Es -cómo no- muy bonita, y dispone de unos pequeñísimos pies que la diferencian del resto de jóvenes. Recordemos que es en esta época cuando empieza precisamente a ponerse de moda lo que ellos llaman “pies de loto”, donde, un pie no debía mediar más de diez centímetros para poder considerarse hermoso.

Toda una “tortura china” desde luego, algo que obligó a muchas niñas a tener que ajustar sus zapatos para impedir así el correcto crecimiento del pie. Pues bien, en el relato asiático de la Cenicienta, Yeh Shen es la hijastra de una mujer malvada que la humilla y que la hace trabajar para el resto de sus hijas. Es la criada de casa y el centro de todas las desdichas.

Y obviamente, un buen día se celebra un baile en la región. Un acontecimiento que le es vetado a la joven Yeh Shen, siendo encerrada bajo llave porque su madrastra y hermanastras la consideran demasiado bella para asistir. Una rival peligrosa. El único amigo del que disponía la protagonista era un bonito pez de colores, pero su madrastra, cruel hasta el extremo, temiendo que el animal pudiera ayudarla de alguna forma, lo cocina y se lo come.

Una tragedia. Pero la chica guarda las espinas sabiendo que son mágicas, e invoca a los espíritus para que la ayuden. Y así lo hacen… Yeh Shen acude al baile con un precioso vestido y unos bellos -y diminutos zapatos-perdiendo uno en su escapada antes de que la magia terminara, tal y como nos cuenta el relato que todos conocemos.

Obviamente el emperador se enamora de ella, quedándose con ese zapato perdido y proclamando el edicto de que, la muchacha que entrara en dicho zapato habría de ser su esposa. Ante esta irresistible proposición, lo que hace la madrastra es cortar los dedos de los pies de una de su hijas para que lograra pasar la prueba. Al ver que no funciona, le corta los talones a otra de sus hijas. Pero el engaño -y la tortura- es descubierta y la malvada mujer es arrojada a un pozo. Y sus hijas… apedreadas hasta la muerte.

Finalmente, nuestra Yeh Shen, la de los “pies de loto” aparece junto al emperador calzándose a la perfección el zapato perdido.  Un final feliz al gusto de todas las culturas. Una versión muy-muy semejante a la que todos conocemos, sin duda.


María Sophia
Blancanieves

Pero cabe decir que muchas de esas historias se arraigan en hechos reales. En historias de carne y hueso que han sido deformadas y adornadas para ofrecer siempre un final feliz a esos niños que desean irse a la cama, con un bocado de fantasía y un final feliz. ¿Sabías por ejemplo que el famoso cuento de Blancanieves está inspirado en una persona real? El historiador de Lohr, el Dr. Karlheinz Bartels, ha indagado en ella para traernos a la verdadera muchacha, que nunca fue especialmente feliz debido al desprecio de su madastra.

Pongámonos en contexto. Año 1729. La pequeña María Sophia nace en el castillo de Lohr, Alemania. Su padre era  Philipp Christoph von Erthal, condestable del territorio y gran diplomático que se relacionaba con toda la nobleza de Europa cumpliendo las funciones de ministro de exteriores. Una vida muy activa que se paralizó de pronto cuando falleció su esposa.

Dos años después, volvió a encontrar la felicidad con una nueva esposa: la bella Claudia Elisabeth Maria von Venningen, Condesa Imperial de Reichenstein. Como curiosidad te diremos que hoy en día puede visitarse el castillo de Lohr, y que en una de las habitaciones se halla un espejo que, según se cree, regaló el padre de María a su segunda esposa. Mide 1,60 y es una pieza bellísima que fue fabricada en el mismo pueblo de Lohr, ya que allí disponían de una distinguida industria manufacturera de cristal muy reconocida en Europa.

Existen muchos archivos y documentos de la época donde se habla de María, una joven muy querida en Lohr por ser muy caritativa con los pobres y las personas necesitadas. Se la describe como una especie de hada, como una persona muy noble y de gran amabilidad personal. Para el “imaginario colectivo”, era la imagen ideal de la hija de un Rey (pero recordemos que no lo era, su padre cumplía solo las funciones de ministro del país).

Como curiosidad a tener en cuenta cabe decir que si el pueblo la apreciaba en especial era porque María era parcialmente ciega, secuelas de una varicela que limitaban un poco su visión. Se hablaba también del trato negativo que su madrastra le propinaba, un desprecio del que el pueblo era siempre muy consciente y que a todos entristecía. Fue precisamente por este sentimiento de compasión por parte de las gentes de Lohr, por lo que los hermanos Grinn se sintieron atraídos por la figura de María. Era muy joven, bella y noble de corazón, una chica que era constantemente maltratada y envidiada por su malévola madrastra.

Pero eso sí, el cuento no empezó a escribirse hasta que la joven María fallece. No se sabe todavía cuál fue la razón de su muerte, pero evidentemente queda claro que no hubo príncipe ni final feliz. Su padre casi nunca estaba en el castillo y la joven pasaba largas temporadas en compañía de esa mujer que siempre favoreció a sus propios hijos antes que a ella. La rechazó por ser bella, por ser caritativa y por poseer ese defecto físico en su visión. Se sabe que el ataúd en el que fue enterrada era especialmente distinguido -no era totalmente de cristal como el del cuento- pero sí poseía algunas piezas talladas por esa industria manufacturera de cristal de la región, que quiso hacerle un homenaje a la joven.

¿Y qué hay de los siete enanitos?

Se dice que los autores debieron basarse en los niños que trabajaban en las minas de la región. Niños que envejecían prematuramente por la búsqueda de minerales y del trabajo continuo que los hacían parecer auténticos viejecillos de pequeña estatura.

Como puedes ver la verdadera esencia de “Blancanieves” tiene un perfume verdaderamente triste. Pero como contadores de cuentos para niños, los hermanos Grimm se encargaron de dar vida y color a la tristeza para endulzarnos con amores verdaderos y finales felices.
 
La Bella y la Bestia

Es un relato de fuertes connotaciones folklóricas, se extendió a lo largo de Europa manteniendo una idea esencial pero variando en gran parte de sus aspectos secundarios. El eje básico de que las apariencias engañan, y de que una persona notable puede esconderse bajo una imagen bestial, es el único aspecto que se mantiene como pilar central.

La primera versión que encontramos pertenece a Giovanni Francesco Straparola. Bajo el título “Le piacevoli notti” (Las noches agradables) apareció en 1550 la historia de una joven que conoce a un ser deforme y extraño bajo el cual, se esconde un buen hombre.

Más de un siglo después, en 1697, sería el conocido y ya inmortal Charles Perrault, quien trajo de nuevo este relato para incluirlo en su colección “Cuentos de mamá ganso”. Pero fue otra persona la que finalmente, asentaría las bases del cuento tradicional que llegaría hasta nosotros ya sin ninguna variación más. Fue una aristócrata francesa llamada Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont, quien en 1756, estando en Inglaterra decidió recoger relatos clásicos europeos para publicar una especie de antología.

Se encontró entonces con el cuento de la Bella y la Bestia. Lo redujo a sus elementos más básicos y lo adornó de un trasfondo emocional donde no faltara un final feliz. La bestia era una auténtica bestia mitad humana-mitad animal, y no un hombre deforme o lleno de harapos.
 
La verdadera historia de la Bella y la Bestia

Su origen se nutre de un relato puramente moralista de la Europa Medieval. Aquí no hay príncipes, ni caballeros cultos y galanes con los que bailar en una gran sala iluminada por candelabros. En absoluto. En esta historia hay hambre, muerte y piedad.

La historia empieza con tres hermanas, ahí donde dos de ellas, son realmente malvadas, como no podía ser de otro modo. La tercera es utilizada para hacer las más penosas tareas, desde limpiar la casa, hasta prostituirse para que las hermanas obtengan rentabilidad por mantenerla en el hogar.

Cada noche es atada en una lóbrega habitación donde observa la vida exterior. Esa vida que jamás podrá tener porque a ella, se le ha vetado la libertad. Un día, asoma por esa ventana un leproso. Lleno de enfermedad y miseria le clama a esta muchacha algo de piedad, tiene mucha hambre y solo desea un simple mendrugo de pan.

Nuestra protagonista le invita a entrar, dejando que coja aquello que desee a cambio de que simplemente, le quite las cadenas que lleva al cuello y que sus hermanas le han puesto para que no escape. EL leproso accede. Quita las ataduras de la joven y después sacia su hambre.

Cuando las hermanas vuelven y ven sus alacenas vacías de comida, culpan a su hermana de haber robado. Puesto que la ven sin sus cadenas no dudan en culparla y en castigarla. Cruelmente, la azotan casi hasta la muerte y la encierran en el sótano cuando ya está agonizando.

Al día siguiente vuelve el leproso, se asoma por la ventana en busca de la muchacha que tan amablemente lo había ayudado. Pero no está. Preocupado, llama a la puerta y las hermanas, lo reciben con desdén y repugnancia al ver su aspecto. El mendigo leproso entra en la casa y se quita sus harapos, mostrándose ante ellas como lo que en realidad es: la propia Muerte.

Les indica a las hermanas malvadas que ha dejado el inframundo porque sabía de la existencia de una mujer enormemente desdichada, maltratada por sus propias hermanas. Y que ha decidido acudir a mundo terrenal para castigarlas, para llenar sus cuerpos de pústulas e inmundicia, de suciedad y enfermedad y ofrecerles la muerte más lenta y dolorosa posible, por hacer daño a tan noble mujer.

Una vez aplicado el castigo, la Muerte baja hasta el sótano para tumbarse junto a la muchacha que lo ayudó, ofreciéndole un descanso plácido y un paso al más allá lo más dulce posible…
 
Caperucita Roja

El cuento de Caperucita Roja es, según los expertos, de los que más variaciones han sufrido a lo largo de la historia. Una leyenda que tiene sus orígenes en la Edad Media y que fue recogida posteriormente por distintos autores para darnos una visión ligeramente distinta de la fuente original.
  1.  Charles Perrault fue el primero en incluir a la Caperucita Roja dentro de sus cuentos populares en 1697. A diferencia de Hansel y Gretel, por ejemplo, la Caperucita no era muy conocida en Europa. Tenía su tradición en un escenario bastante cerrado y limitado como era el norte de los Alpes. Pero la historia tenía bastante interés y valía la pena incluirla y difundirla entre la población. Pero eso sí, Perrault vio necesario hacer unos cambios para que fuera “apta” de cara al público infantil. 
  2. En 1812 los hermanos Grimm decidieron también coger la historia y hacerla suya. Cambiando el final y basándose sobre todo en la obra de Ludwig Tieck llamada “Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja” (Leben und Tod des kleinen Rotkäppchen), tragedia en la que aparece por primera vez la figura del leñador. Los hermanos Grimm se afanaron además en pulir algunos aspectos del cuento, detalles morbosos y eróticos, también los sangrientos, añadiendo claro está, un final feliz donde todos se salvaran a excepción del más malvado de todos: el lobo.
El verdadero cuento de la Caperucita Roja

La protagonista del cuento es una joven. Nada cambia aquí. Una niña a quien ordenan que lleve leche y pan a su abuela. La muchacha acepta con algo de inquietud pero decidida, sabe que no es un trayecto fácil y que debe atravesar un bosque que las gentes del pueblo temen. Es una zona frecuentada por lobos. Pero ella accede, se cubre con un manto rojo muy llamativo y avanza tranquila por ese bosque espeso y solitario hasta llegar a la casa de su abuela.

Todo ha ido bien. Está a salvo. Al entrar, ve a su abuela enrollada en la cama. Parece cansada, tiene la voz algo extraña pero no le da importancia. Le indica que le ha traído leche y pan, a lo cuál, su abuela, se lo agradece y le indica que coma algo… que en la alacena tiene algo de carne.

La joven se prepara la carne y la come con hambre. Minutos después, la abuela le indica que se quite la ropa y se acueste junto a ella, en la cama. Caperucita roja va deprendiéndose de cada pieza de su ropa siguiendo las órdenes de su abuela. Todo lo debe arrojar al fuego: falda, medias, ropa interior…. la caperuza. “¿Por qué?” – pregunta la niña ante esa orden – “Por que ya no te van a hacer falta”, responde la abuela con “voz profunda”,

Cuando la chica, desnuda, entra a la cama, descubre que no es su abuelita quien está allí, sino el lobo. Que entre mofas le revela que lo que acaba de comer hace un momento, no era carne de animal, sino parte de su abuela. Y que ahora él, el lobo, va a devorarla a ella. Y así lo hace.

Los elementos culturales de la Caperucita Roja

La historia original de la Caperucita tenía su origen en dos ejes centrales: los ritos de iniciación y el canibalismo. Nos encontramos con una niña que abandona su casa, su familia y la civilización para adentrarse en el bosque en soledad. Va cubierta por un manto rojo, que viene a simbolizar la menstruación y el despertar sexual. Es, sencillamente, un rito de iniciación.

El lobo encarna a su vez la sexualidad más primitiva, letal y salvaje. Un enemigo más al que nuestra joven debía haber hecho frente, pero que no consigue vencer. Sin querer cae en esa dimensión tan temida y prohibida que es el canibalismo, devorando a esa anciana que representaba lo caduco y lo viejo, lo que debía ser trasmutado. Como podemos ver, las interpretaciones antropológicas beben de esas raíces antiguas de nuestro pasado, de esa zona de los Alpes donde surgió la historia y del simbolismo de los lobos.

Esta historia teje sus oscuridades a partir de las entidades más primitivas del ser humano, algo que aún hoy nos cuesta un poco comprender por lo lejano y por lo terrible. Por eso preferimos difuminar con aspectos más suaves y accesibles esas imágenes de los cuentos clásicos como la Caperucita Roja. Trasformando este cuento de terror psicológico y antropológico, en un cuento que poder contar a nuestros niños para hacerlos dormir tranquilos. Sin enturbiar sus sueños.