martes, 29 de octubre de 2013

Cada año en España, desaparecen miles de personas. Según las fuentes policiales existe un grupo que desaparece por voluntad propia; otras a consecuencia de secuestros o asesinatos, pero existe un tercer grupo especialmente inquietante: el de aquellos que nunca más aparecen y para cuya desaparición no existe una explicación racional o natural.

Isidoro Arias de 49 años, era un navegante experto, un hombre que se sentía como pez en el agua cuando navegaba. Su sueño: dar la vuelta al mundo en un velero “El Islero”, en completa soledad con la única compañía del viento y el mar. Pero algo misterioso cambió sus planes y acabó con su viaje de forma drástica, el propio Isidoro intentó explicarlo en su cuaderno de bitácora, sus anotaciones eras confusas y extravagantes como si las hubiese escrito presa del delirio o del pánico. En sus notas se traslucía un grito de auxilio de un hombre solo y perdido en medio del mar, que aseguraba que no estaba solo.

Isidoro Arias se inicio en el mundo del mar en 1965. Piloto de aviones y patrón de barcos, era experto navegante.  Haber cruzado el océano atlántico en diez ocasiones le convertía en la persona cualificada para navegar treinta y cinco mil millas durante  seis meses. Durante tres años se preparó a conciencia para el viaje eligiendo la ruta más segura, evitando los puertos que parecían más peligrosos y estudiando las previsiones meteorológicas. Tras revisar a fondo su barco “El Islero”, un Swan de 44 pies diseñado por Sthepens y construido por Nautor,considerado como alta gama dentro del mundo de los veleros.  En su lateral,una leyenda que llevaría a lo largo y ancho del mundo: “Andalucía solo hay una”.

El día 28 de marzo de 2001 zarpó desde el puerto malagueño de Benalmádena. Transcurridos seis meses desde su marcha, los familiares de Isidoro empezaron a recibir mensajes poco tranquilizadores. La mayoría se registraba en la web creada para que los aficionados a la navegación pudieran seguir la aventura. El último que escribió el 22 de marzo decía: “Hola a todos. Andalucía sólo hay una. Carnavales de Las Palmas. Latitud: 26º39′ Sur. Longitud: 004º 49′ Este. Llevo toda la noche de grasa del motor por todos lados. He tenido que detener una fuga de aceite y, para cargar baterías, necesito el motor operativo. Estoy a 860 millas de Santa Elena y sigo con el cielo encapotado. Tengo una megaballena a mi lado, desde hace un rato, con su cría, y eso no me hace gracia. Éstas son celosas de las mismas y sus miradas me ponen nervioso. Mañana os sigo contando, un abrazo. Isidoro Arias”. A partir de ese momento todo comenzó a ir mal.

Los familiares de Isidoro estaban cada vez más preocupados, las conversaciones con él eran cada vez más extrañas e incomprensibles. Parecía nervioso y alterado, además de que no se expresaba con claridad. El 25 de marzo de 2003 establecieron la última comunicación telefónica, en ella Isidoro aseguraba que unos “pequeños seres” abordaban su velero desde hacía varias jornadas y el acoso era insoportable, no dejándole descansar. Se encontraba a unas 600 millas de la isla de Santa Elena, en el océano Atlántico. ¿Era víctima Isidoro del cansancio extremo? ¿Contrajo alguna enfermedad que le provocaba fiebre y alucinaciones? o ¿Había algo más?

Su barco fue localizado 38 días después de su último mensaje, el 1 de abril de 2003 en el golfo de Guinea por el pesquero francés “Fresco”. Al abordarlo, los marineros comprobaron que todo estaba en orden pero no había tripulante alguno a bordo. El velero fue remolcado hasta Abiyán, en Costa de Marfil. Allí la investigación arrojó algunas sorpresas. Lo primero que llamó la atención de los investigadores fue que la Zodiac que Isidoro utilizaba para los desplazamientos cortos no estaba. ¿La habría usado para escapar de las criaturas que le perseguían?

Su hijo Mario Arias, no cree que su padre abandonara el barco por voluntad propia aunque estuviera preso de la fiebre, como buen marino sabía que permanecer en el barco era lo más seguro. Según explicó el abogado de la familia, Jose Ignacio Iglesias: “el estado de la cocina, víveres y platos era perfecto. El barco no parecía abandonado, de ser así habría restos de moho y no los había”. Lo que está claro es que Isidoro veía a esos “pequeños seres” como una amenaza, fruto o no de la malaria, enfermedad que se barajó que pudo contraer.

Su última anotación nocturna decía: “Alguien está subiendo por el casco del barco”. A pesar de su ausencia, el sueño de Isidoro Arias en cierto modo se cumplió ya que su hijo Mario Arias recogió el velero en Costa de Marfil y completó el trayecto que su padre había iniciado. El Islero por fin dio la vuelta al mundo de la mano de un Arias. La gente del mar le rinde homenaje anualmente a través de una regata que lleva su nombre, allá donde este gran lobo de mar ha de sentirse feliz porque hasta el último día hizo aquello que más le gustaba: surcar las azules aguas del inmenso mar.