jueves, 27 de marzo de 2014

Dom Antoine Agustín Calmet ( * Ménil-la-Horgne Francia 26 de febrero de 1672 - abadía de Senones Francia 25 de octubre de 1757), abad de Senones, destacado exégeta francés que escribió "Historia del Antiguo y Nuevo Testamento y de los judíos", también publicó en 1746 un libro titulado El mundo de los fantasmas, en el cual se incluye un ensayo sobre los vampiros.

Fue educado en el Priorato Benedictino de Breuil, profesando como monje benedictino en la abadía de St-Mansuy en Toul el 23 de octubre de 1688 tras unirse a la orden el año anterior. Fue ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1696 y pasó a enseñar filosofía y teología en la Abadía de Moyenmoutier. Comenzó allí a recopilar el material para su comentario de la Biblia que completó durante su estancia como sub-prior y profesor de exégesis en Münster, Alsacia. Entre 1707 y 1716 publicó 23 tomos de su principal obra Commentaire littéral sur tous les livres de l'Ancien et du Nouveau Testament, realizando dos ediciones más entre 1714-20 y 1724-26. Dicha obra tuvo una primera traducción entre 1730-38 al latín de la que se publicaron tres ediciones y una segunda traducción con al menos una edición en 1730.3

En reconocimiento a sus cualidades como hombre instruido y pío, fue elegido prior de Lay-Saint-Christophe en 1715, abad de St-Léopold en Nancy en 1719, y de Senones en 1729. Así mismo, se le eligió dos veces como Superior General de la congregación y, aunque el Papa Benedicto XIII deseó ordenarle obispo, rechazó el cargo.



El "tratado" sobre vampirismo

Dom Agustín Calmet escribió dos libros que analizan el tema de los vampiros, y que luego se fundieron en una sola obra monolítica: Disertaciones sobre las apariciones de ángeles, demonios, espíritus, resucitados, y vampiros de Hungría, Bohemia, Moravia, y Silesia (Dissertations sur les Apparitions des Anges, des Démons et des Esprits, et sur les revenants, et Vampires de Hongrie, de Boheme, de Moravie, et de Silésie).

El estudio fue publicado en 1746, y con el tiempo se transformó en una especie de Biblia de los vampiros, un compendio donde se reunía todo el saber -dudoso, por cierto- sobre los vampiros y sus andanzas en Europa oriental. Claro que los vampiros de Dom Calmet no siempre son los espectros necrófagos que uno esperaría encontrar. Por el contrario, muchas de las historias de vampiros vertidas en el tratado no pasan de meras anécdotas etílicas, como aquella en la cual un vampiro retorna al hogar, no para cebarse en la sangre de sus familiares, sino para exigir que se le siga colocando un plato en la mesa.

El Tratado sobre los vampiros -título que posteriores traducciones han considerado más oportuna- versa sobre estas cuestiones pueriles: apariciones mezquinas y vampiros de personalidad inocua. Veamos una de las descripciones de Dom Calmet sobre ellos:

(Los vampiros) son hombres muertos desde hace un tiempo considerable, más o menos prolongado, que salen de sus tumbas e inquietan a los vivos, les chupan la sangre, se les aparecen, provocan golpes en sus puertas y en sus casas, y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de Upires, que significa en eslavo, según dicen, sanguijuela.

Hasta dónde sabemos, no existen versiones digitales completas del Tratado sobre los vampiros, al menos en español, de manera que les dejamos apenas un breve párrafo de la obra, y nos retiramos señalando el camino hacia cualquier buena biblioteca dedicada a estos confusos estudios.

Tratado sobre los vampiros, Dom Calmet.
-Fragmento-.

...Quieres ser informado de todo lo que acontece en Hungría a propósito de algunos que resucitan y dan muerte a muchas gentes del país.
 

Puedo hablar de ello con fundamento, ya que he estado varios años en esas tierras y soy curioso por naturaleza. He escuchado muchas veces narrar historias infinitas, o hechas pasar por tales, sobre los espíritus y sus sortilegios, pero apenas he creído una sola. Sobre este punto conviene ser cauteloso, y siempre se corre peligro de resultar engañado. Hay, sin embargo, ciertos hechos que no se puede menos que creerlos. En fin, en cuanto a los resurrectos de Hungría el asunto es el siguiente:

Una persona enferma, pierde el apetito, adelgaza evidentemente, y al cabo de ocho, diez, a lo sumo quince días, muere sin fiebre, sin ningún otro síntoma fuera de la magrez y la extenuación.

Se dice comúnmente en esos países que ello proviene de un resucitado que le asalta y le chupa la sangre. La mayor parte de los atacados de este mal cree ver un espectro blanco que lo sigue por todas partes, como la sombra al cuerpo. Cuando estábamos acuartelados en el banato de Temeswar, entre los valacos, dos soldados de la compañía en la cual yo era corneta, murieron de este mal, y muchos también que estaban atacados habrían muerto, si un cabo de nuestra compañía no hubiera hecho cesar el mal con un remedio que suelen practicar los paisanos.

Es uno de los más singulares, y si bien es infalible, jamás lo he leído en ningún ritual. Escuche.

Se busca un joven que pueda creerse aún virgen: se le hace montar en pelo sobre un caballo que nunca haya sido apareado, y de pelo enteramente negro, y se le pasea por el cementerio pasando encima de todas las sepulturas; aquella sobre la que el animal se resista a pasar, no obstante forzárselo a ello con insistencia, se juzga que contiene un vampiro.

Se abre el sepulcro y allí se encuentra un cadáver tan carnoso y bello como si fuera un hombre en tranquilo, dulcísimo sueño; se rompe con una zapa el cuello del cadáver y brota en abundancia sangre viva y roja. Se juraría que el hombre que se degüella fuese de los más sanos y vivientes. Se cubre de nuevo la sepultura, con la seguridad que la enfermedad cesa, y cuantos estaban afectados de ella recuperan poco a poco las fuerzas, como personas extenuadas por una larga dolencia.

Así sucedió con nuestros soldados que estaban enfermos. Yo era en aquel tiempo comandante de la compañía, en ausencia de mi capitán y del lugarteniente, y me desagradó en extremo que sin mí el cabo hubiera hecho esa experiencia. Me contuve con esfuerzo para no obsequiarle con múltiples bastonazos, mercancía que se da a muy buen precio en las tropas del emperador. Hubiera pagado muchísimo por encontrarme presente en aquella operación, pero fue necesario tener paciencia.


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