lunes, 2 de diciembre de 2013

Pirámide de Zoser
SOKAR, dios de los muertos, dio nombre a la necrópolis más importante de Egipto, Sakkara, que con sus ocho kilómetros cuadrados de superficie fue la última morada de faraones, nobles y funcionarios de todas las dinastías egipcias, desde el Imperio Antiguo hasta los ptolomeos.

   Sakkara es un conjunto que impresiona al visitante. Allí domina el relieve, con un indescriptible despliegue de encantadora ingenuidad, patrimonio exclusivo de los tiempos primitivos. De ninguna otra época poseemos un conjunto de funerarias homogéneo. Su inmenso cementerio, destinado a los muertos de Menfis -capital del Norte-, es un exponente de toda la historia de Egipto, pero de entre todas sus tumbas las más significativas son las que pertenecen al Imperio Antiguo, aquellas destinadas a los altos funcionarios de las dinastías V y VI.


El colosal cementerio de Sakkara posee más de 6.000 tumbas catalogadas. Todas son semejantes: constan de una cripta subterránea dividida en dos cámaras. Una, es la tumba propiamente dicha, es decir, el lugar donde se encuentra el sarcófago de madera o de tierra cocida que alberga el cadáver embalsamado. La otra es la despensa del difunto y en ella es posible encontrar los más variopintos elementos, desde instrumentos de caza, hasta cucharillas para ungüentos, tarros de cosméticos o amuletos.

 

Zoser una pirámide "solo" egipcia

El Egipto Antiguo, modelo de administración y cultura, creía en la reencarnación, en el alma inmortal. En época de la III Dinastía, junto al progreso social, tuvo lugar un enorme avance tecnológico que también se puso al servicio de la vida de ultratumba. Es así como Imhotep, primer ministro del rey Zoser, tuvo a su disposición todas las herramientas que el Estado le ofrecía para acometer la primera gran pirámide que construyó el ser humano. No cabe duda de que el monumento que alzó en Sakkara en honor de su faraón, con 850.000 toneladas de piedra, sirvió como punto de partida para la mayor industria lítica de las antiguas civilizaciones. Hoy sabemos, como ha demostrado la arqueología, que la pirámide escalonada de Zoser es una evolución de la mastaba y fue concebida como una sucesión decreciente de seis pirámides superpuestas. Antes de esta construcción, no hubo empeño ni tecnología capaz de llevar a cabo algo similar.

Hasta aquí, todo parece normal: un pueblo cuyo desarrollo avanza y cuyos logros se reflejan también en su arquitectura. Hoy la historia presenta la obra de Imhotep como la consecución lógica de la evolución cultural y científica de los pobladores del Nilo, pero hay datos que revelan que este sacerdote, matemático, astrónomo y médico -que fue incluso divinizado por los ptolemaicos- contó para su proyecto con ayudas "ajenas" al pueblo egipcio.

Sorprendentes inscripciones en la estela de famine

   "...En el lado este de Elefantina hay numerosas montañas conteniendo todos los minerales, todas las piedras convenientes para aglomerados, todos los productos que la gente recorre buscando para construir los templos de los dioses de norte a sur los, establos de los animales sagrados, la pirámide del rey y las estatuas para ser erigidas en templos y santuarios..." Este texto es el comienzo de la inscripción contenida en la columna número 11 de la llamada Estela Química de Jnum, más conocida como la Estela del Hambre (Famine Stele), hallada por Charles Wilbour en 1889 en la isla de Sehel, a tres kilómetros de Assuán.

No sabía su descubridor la polémica que estas palabras iban a suscitar posteriormente. La Estela de Famine fue escrita en tiempos del rey Ptolomeo V Epifanes (205-182 a.C.) -el mismo que redactó, en la famosa Piedra Rosetta (196 a.C.), las tasas que debían recibir los templos- y en ella se relatan hechos ocurridos 2.500 años atrás, durante el reinado del faraón Zoser de la III Dinastía.

   La Estela de Famine fue traducida por primera vez en 1891 por Karl Brugsch y, debido a lo extraño de su contenido, la operación se ha venido repitiendo en numerosas ocasiones, la última de ellas en 1953 por Paul Barguet. Porque en sus 2.600 jeroglíficos dispuestos en 32 columnas se relatan, ni más ni menos, las fórmulas dadas por el dios Jnum a Zoser a través de sueños con el fin de que éste pudiera fabricar piedras artificiales con las que alzar su sagrado monumento.

   Entre las columnas 11 y 18 Imhotep enumera cerca de 650 tipos distintos de minerales con los que conseguir la fórmula. Y entre las columnas 18 y 20 se narra el sueño del faraón para erigir su pirámide siguiendo las instrucciones del dios.

Jnum era el dios creador y su sede era Elefantina, donde se levantó un templo en su honor formando tríada con las diosas lsis y Neftis, representaciones egipcias de Sirio A y de Sirio B. Se dice de Jnum que era el dios alfarero que había creado con barro el huevo de donde nació Ra, el Sol. Con tales dones no es raro que supiera y comunicara fórmulas tan especiales. Lo curioso es que entre estos 650 minerales y sustancias los egiptólogos no han podido encontrar las más usuales en la construcción, como la arenisca, la caliza o el granito.

El misterioso obelisco inacabado

Pero, como para la arqueología oficial no existe ningún misterio, ésta considera que las fórmulas constructivas mencionadas simplemente formaban parte de una serie de ritos mágicos sin sentido práctico. Aunque se equivoca. A lo largo del Nilo existen evidencias de que los antiguos egipcios sabían aplicar un método desconcertante: el ablandamiento de piedras. Una técnica que, incluso para la ciencia de hoy, constituye un auténtico reto: no es fácil conseguir ablandar un bloque de caliza y granito y que, posteriormente, éste vuelva a su estado anterior de solidez.

Pero, una vez más, la palabra "imposible" parece carecer de significado en el Antiguo Egipto. Cerca de la isla de Sehel, en las cercanías de Assuán, se encuentran las famosas canteras de granito rojo cuyos restos dan cuenta de la industria pétrea que se desarrolló en aquella época. Todos los faraones admiraron la dureza y elegancia de este material que, entre otras cosas, dio origen al sarcófago, las paredes y los techos de la Cámara del Rey, en la Gran Pirámide: también a las columnas del templo de lsis, delante de la Esfinge, y a los grandes obeliscos del templo de Karnac. Innumerables toneladas de piedra fueron arrancadas de la tierra y transportadas por los egipcios desde aquellas canteras hasta los múltiples templos esparcidos a lo largo del Nilo. Pero también dejaron algo, algo tan grande que no pudieron mover. O quizá, el famoso Obelisco Inacabado no fue realizado con tal tamaño para ser transportado, sino para dejar constancia de la desconcertante técnica con que fue diseñado.

No se ha hallado nada en él que indique el uso de cinceles o martillos, pues no quedaron restos de escoriaciones. Si se observa de cerca, se aprecian anchos surcos verticales producidos por algo parecido a una pala que modeló sus proporciones. La única explicación posible es que, cuando atacaron la cantera, la piedra estaba blanda.

   Tanto en las caras laterales como en la parte superior de este Obelisco Inacabado se aprecian canales, paralelos, de igual tamaño. Se trata de huellas que han permanecido allí desde hace miles de años, pues no se sabe su antigüedad. Se dice que el monolito fue abandonado porque en él apareció una fisura, pero en los exámenes que hemos llevado a cabo se ha podido comprobar que tal fisura no existe, sino que en algún momento de la historia alguien quiso cortar la piedra para hacer un obelisco más pequeño. De hecho, se nota la acanaladura dejada por un cincel que se introduce en la piedra regularmente a una profundidad fija de 3 centímetros. Todo parece indicar que los autores se arrepintieron después y dejaron la mole de piedra tal cual.

   A pocos metros del monolito, los químicos se entretuvieron en perforar la piedra circularmente, dejando así unos pozos de ignorado significado. En ellos cabe un hombre. Sus paredes, sin restos de golpes, no son rectas, de lo que se deduce que fueron ahuecadas de manera irregular, sin aparente esfuerzo y sin que en la operación interviniera máquina alguna.

Métodos secretos para elaborar las piedras

   En el obelisco más grande del templo de Karnac la reina Hatshepsut hizo escribir unos jeroglíficos indicando que las generaciones futuras se preguntarían sobre la técnica utilizada en la confección e izado de su gran monolito, manteniendo en secreto tal procedimiento. De esta clara alusión a la magia se puede deducir que los sacerdotes, detentores del saber conocían métodos que no estaban a disposición del público. Ni en los relieves ni en los papiros se ha encontrado alusión alguna al modo en que fueron transportados los bloques, de cientos de toneladas, que encontramos en Egipto. Se trata de secretos tecnológicos que aún hoy nos resultan absolutamente desconocidos.

 El profesor Joseph Davidovits, catedrático de las universidades de Paris, Toronto y Florida, ha conseguido reconstruir la fórmula expuesta en la Estela de Famine y ha retado a los arqueólogos a cambiar sus planteamientos sobre la edificación en el país del Nilo. Gracias a sus experimentos ha logrado ablandar la caliza, aunque reconoce tener problemas en su solidificación, que no se realiza de forma homogénea Su guante no ha sido recogido todavía por la egiptología. Por otro lado, los investigadores se encuentran con un problema añadido a la hora de explicar qué hacen cabellos humanos, hilos, burbujas de aire e incluso uñas en el interior de rocas provenientes de la Gran Pirámide. Por medio de la fotografía microscópica, Davidovits ha llegado a encontrar indicios de elementos intrusos en más de 20 rocas.